El Bullying No Solo Vive en las Escuelas

Una mirada profunda al maltrato que también nace en casa y se arrastra en la vida adulta Cuando escuchamos la palabra bullying, la mayoría pensamos en un patio de escuela, en niños burlándose de otro por su ropa, su cuerpo, su forma de hablar o por no “encajar”. Pero el bullying no se queda en la infancia, ni se limita a las aulas. Se infiltra en nuestras casas, en nuestras familias, en las oficinas, en la pareja… incluso en nuestras propias voces internas. El bullying escolar: donde todo comienza La escuela, ese espacio que debería ser seguro, muchas veces se convierte en el primer escenario de violencia emocional. Las niñas y los niños crecen comparándose entre sí, absorbiendo estereotipos, y muchas veces reproduciendo lo que ven o escuchan en casa. Los apodos hirientes, los rumores, las risas que acompañan cada equivocación, son heridas silenciosas que marcan. Y muchas veces no sanan con los años, solo se entierran más profundo. El bullying familiar: el más normalizado y el que más duele ¿Alguna vez te dijeron “así te ves más bonita” mientras te pedían bajar de peso? ¿O te llamaron “llorona”, “exagerada”, “floja”, “la del cuerpo raro”? El bullying familiar es uno de los más invisibilizados porque viene disfrazado de consejos, bromas o formas “graciosas” de relacionarse. Y sin embargo, es el que más condiciona nuestro desarrollo emocional, nuestra autoestima y nuestro amor propio. Porque cuando el juicio viene de quienes deberían cuidarte, comienza la desconfianza hacia ti misma. Te cuestionas si eres suficiente. Si vales. Si mereces amor sin tener que demostrar nada. El bullying en la vida adulta: sí, también existe No termina al crecer. Continúa en la universidad, en el trabajo, en las relaciones. Persiste en la crítica al cuerpo ajeno, en la presión por cumplir estándares, en la competencia disfrazada de admiración, en los micromachismos y la invalidación emocional. Incluso nosotros mismos podemos ejercer bullying interno al hablarnos mal, al criticarnos sin piedad, al minimizar nuestros logros o ignorar nuestras necesidades. ¿Qué podemos hacer? Hablar. Nombrar lo que duele. Contar nuestras historias. No desde el victimismo, sino desde el poder de reconocer que eso también nos construyó. Y sobre todo, romper el ciclo. Elegir palabras que abracen, que alienten, que acompañen. Enseñar a nuestros hijos y a nuestros círculos a respetar, validar, aceptar. Aprender a sanar el pasado y sembrar algo nuevo. En El Tiempo del Cuerpo, creemos que compartir nuestras heridas no nos debilita: nos une. Porque al escribir, leer y escucharnos, aprendemos que no estamos solas.

Pici Valez

6/1/20251 min read

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